Fuera de cobertura, por María Bernal

Fuera de cobertura

Los expertos, a los que deberíamos hacerles más caso que a los tiktokers, siempre advierten que, cuando una persona experimenta una preocupación constante y un estado ansioso por querer tener un determinado tipo de conducta o por querer ingerir alimentos, bebidas y sustancias, la adicción se apodera de su día a día. Vivimos flotando constantemente, y casi con una obligación amedrentada por este nuevo siglo, en un desasosiego que ya resulta casi irrenunciable.

Vivimos a golpes de entorno y ahora la personalidad que se va fraguando entre las nuevas generaciones es la que repercute de los sucesivos estímulos que a diario reciben a través de las pantallas. Todos hacemos usos de ellas porque de no hacerlo nos quedamos fuera de juego y casi expulsados de la vida, ya que  el avance tecnológico ya acapara hasta el oxígeno en sangre que nos mantiene vivos. Esto implica que debemos aclimatarnos al progreso pero siempre que el sentido común sea nuestro único aliado.

No resulta nada perjudicial hacer un uso moderado, como la velocidad por carretera para evitar un accidente, de las pantallas; de hecho, las personas que han aprendido a controlar ese impulso de querer arrastrar el dedo índice por una pantalla viven en armonía con su ser, aprovechan más el tiempo con las personas de su entorno y no viven en esa constante preocupación de ver qué publican los demás  a cada instante,  a sabiendas de que tienen un dispositivo electrónico que pueden utilizar en el momento oportuno para comunicarse, para informarse y para formarse, pero nunca para caer en las garras de la adicción.

Pero he aquí el problema. Si echamos un vistazo a nuestro alrededor siempre hay alguien pendiente de su teléfono con una ansiedad asombrosa, dejando de lado todo lo demás.  En restaurantes, en parques, en el trabajo y en el comedor de cualquier vivienda ya no hay tema de conversación; ahora urge más ver y comparar qué hacen o qué tienen otros. Y cuando vamos a hacer algo, como leer un libro o merendar, hay que pasarles el filtro del objetivo para publicarlo.

Esta es la herencia que les estamos dejando a los más pequeños, esos nativos digitales que absorben como esponjas todo lo que ven y, en consecuencia, imitan la actitud de ser presos irremediables de una pantalla. Y claro, ante este panorama, después viene lo más retorcido, desde el punto pedagógico, que es proporcionarles un teléfono para uso y disfrute a la edad de cinco años. Como esto ocurre cada vez a edades más tempranas,  los expertos ya empiezan a exigir que haya una regulación de su uso entre adolescentes, una prohibición en los niños y más comunicación con ellos que es una asignatura pendiente y que cada vez cuesta más aprobar.

Hace dos semanas llegaban a los centros educativos las instrucciones para la regulación del uso de los teléfonos móviles y otros dispositivos electrónicos en las que quedaba claro que están prohibidos durante la jornada escolar. En mi opinión, estas han tardado mucho, ya que un móvil, cuyo uso no esté disciplinado, es casi un arma de destrucción masiva emocional y académicamente si atendemos a la falta de atención desmesurada mientras se explica, a la falta de comunicación y al desaprovechamiento de la vida , por no hablar de los selfies cuando el profesor se da la vuelta a la pizarra o a los vídeos que han circulado por redes con humillaciones a compañeros dentro del entorno educativo, entre otras adversidades de índole compleja.

Ahora en las guardias de recreo y fuera de cobertura, los alumnos más pequeños del instituto corren y juegan, los más adolescentes hablan y se ríen de sus asuntos y los profesores bastante aliviados, porque de momento los chavales se están portando genial, han dejado de percibir esa imagen de ejército en los que sus soldados mecanizados solo se limitaban a mirar y sonreírle a una pantalla.

Las primeras impresiones vaticinan que el interés de los alumnos parece que está volviendo a buen cauce y debido a que  la controversia de este asunto (no móviles y sí ley de competencia digital ) ha empezado a provocar malestar en los centros de proyectos digitales porque es difícil acaparar determinadas excepciones de su uso si no hay material suficiente para abastecer evitando el uso del móvil personal, es cierto que ahora es el momento para que se invierta por parte de los que han elaborado estas instrucciones (esos políticos que lanzan la piedra y esconden la mano sin tener ni idea de nada ) en dotar de dispositivos electrónicos suficientes a los centros  con el fin trabajar y adquirir la competencia digital, que no se nos olvide que no podemos retroceder y sepultar el progreso, pero también hay que decirle a la Consejería de Educación que sin recursos, no hay paraíso.